«Sí, hay hombres que contienen un alma sin fronteras»
(Miguel Hernández)
Nada más estallar, la guerra civil española fue sentida por el proletariado y las masas populares de todo el mundo como un conflicto propio, como una guerra universal por la libertad. España se había convertido en la primera trinchera contra el ascenso del fascismo europeo y España había de ser su tumba. Durante el verano y el otoño de 1936 se crearon en todo el orbe comités de apoyo a la República española. Hasta el líder del partido del Congreso de la India, Jawahavlal Nehru, se movilizó para enviar alimentos a España.
Pero la idea de crear una fuerza militar internacional en ayuda de la República española partió de la Internacional Comunista. El ejemplo fue la guerra civil que siguió a la Revolución de Octubre, donde también se reclutaron voluntarios de todo el mundo para que se sumaran al Ejército Rojo.
Luigi Longo (Gallo), dirigente de las Juventudes Comunistas italianas, que estaba en España, se encargó de organizar con las autoridades republicanas la llegada de los voluntarios internacionales. Longo, junto con el polaco Stephan Wisniewsky y el francés Pierre Rebière visitaron a Azaña y a Largo Caballero, quienes les remitieron a Martínez Barrios, que era entonces el presidente del comité para la reorganización del Ejército republicano, y éste les dio el visto bueno.
La oficina central de alistamiento se instaló en la calle Lafayette, en París, donde trabajaron Josip Broz (Tito) y otros dirigentes comunistas. El asesor militar era el general polaco, Karol Swierezewski (Walter), que había tomado parte en la Revolución de Octubre y luego en la guerra civil contra los blancos.
Algunos de ellos comenzaron a llegar inmediatamente después de estallar la guerra. Pero la frontera francesa estaba cerrada. No sólo los imperialistas franceses sino también los anarquistas esañoles les cerraron el paso. Según escribió Abad de Santillán: Dimos orden a los delegados de frontera para que no permitiesen el paso de los voluntarios [...] Hemos llegado a tener detenidos en la frontera a más de mil de esos voluntarios (Por qué perdimos la guerra, pgs.174-175). Muchos tuvieron que cruzar clandestinamente los Pirineos por sus propios medios. Otros llegaron a España por mar, desde Marsella, recalando en Barcelona. Otros en ferrocarril llegaron a Alicante, donde fueron recibidos por entusiasmados antifascistas al grito de ¡No pasarán! y ¡UHP! Los andenes se llenaban de trabajadores del Frente Popular para saludarlos a su paso. El primer contingente organizado de 500 voluntarios salió de la estación de Austerlitz, en París, y llegó a Albacete el 14 de octubre de 1936. A estos voluntarios se les sumaron después muchos de los extranjeros que estaban combatiendo ya en Aragón y en el valle del Tajo.
Al mando de la base de Albacete estaba, como comandante en jefe, André Marty. Luigi Longo era el inspector general y otro italiano, Giuseppe di Vittorio (Nicoletti) era el jefe de los comisarios políticos.
La base de Albacete no tardó en quedarse pequeña. Los italianos se instalaron en Madrigueras, los eslavos en Tarazona de la Mancha, los franceses en La Roda y los alemanes en Mahora.
El mayor número de voluntarios llegó en 1937. Fue entonces cuando se los agrupó en Brigadas. Las más importantes fueron la once, compuesta de alemanes y centroeuropeos; la doce, de italianos, llamada Garibaldi; la trece, de polacos; la catorce, de franceses y belgas, y la quince, de norteamericanos, ingleses y canadienses.
La defensa de Madrid
Nada más llegar los internacionalistas formaron una Columna Internacional que, ya a principios de noviembre de 1936, ayudó a defender Madrid de las hordas fascistas que habían llegado hasta sus mismas puertas.
La tarde del 6 de noviembre de 1936, el Presidente del Gobierno, Largo Caballero, comunicó al jefe de la división de Madrid, el general Miaja, que el Gobierno se trasladaba a Valencia, dejando al general al frente de la Junta de Defensa. Nadie creía que la capital resistiría con éxito el ataque de las tropas mercenarias fascistas dirigidas por Varela.
Los pistoleros fascistas estaban eufóricos. Por radio desde Burgos aseguraron: Dentro de dos días, Mola tomará café en la Puerta del Sol. Desde sus confortables habitaciones en el Hotel Gran Vía o en el Florida, los corresponsales extranjeros de prensa redactaron sus crónicas asegurando también que Madrid estaba a punto de caer.
No contaban con el heroísmo de las masas proletarias de Madrid, ni con la entrega sin límite de los brigadistas cuyo arrojo asombró al mundo entero. Madrid se puso en pie y en pocos días les hizo tragarse a los fascistas su arrogancia de oligarcas despreciables. Los madrileños no obedecieron la orden de traslado dada por el Gobierno y se presentaron en masa voluntarios aquella misma tarde y en días sucesivos. Se organizó un nuevo Estado Mayor a cuyo frente se colocó al entonces teniente coronel Rojo, un oficial con una extraordinaria preparación para el combate. Años más tarde, ya en el exilio, escribiría el libro Así fue la defensa de Madrid.
Al frente de Madrid llegaron 2.000 instructores militares soviéticos del Ejército Rojo. Kolzov, que más tarde publicaría el Diario de la guerra de España y que había participado en la Revolución de Octubre, ostentaba oficialmente el cargo de corresponsal de Pravda, se encargó de buena parte de la organización de la defensa.
Era el aniversario de la Revolución de Octubre y desde Cuatro Caminos los disparon sonaban cercanos. Fue entonces cuando las primeras unidades de voluntarios desfilaron por la Gran Vía. Era la XI Brigada al mando de Manfred Stern, el general Kleber. El primer batallón era de alemanes, junto a una sección de ametralladoras servidas por ingleses, entre ellos el poeta John Cornford, que había de morir en España poco después, al día siguiente de cumplir 21 años. El batallón había tomado el nombre de Edgar André en honor de un comunista alemán de origen belga que había sido decapitado por los nazis unos días antes. En segundo lugar iba el batallón Comuna de París, de franceses y belgas. El tercero tenía el nombre de Dombrowsky y estaba compuesto, básicamente, de mineros polacos que trabajaban en Francia y Bélgica. Los obreros madrileños sintieron entonces de una manera viva que no estaban solos y que en Madrid se jugaba el destino de la libertad.
Polacos, alemanes, franceses, austríacos, checos,... a todos ellos el pueblo de Madrid los llamaba los rusos. El escritor alemán Theodor Balk escribió: En las Brigadas Internacionales hablamos idiomas muy diferentes -unos veinte-, pero en realidad sólo hablamos una lengua: la de la humanidad combatiente, la lengua de Barbusse. No nos conocían y, sin embargo, venían para morir por nosotros, por nuestro futuro. Cabeza firme, brazos robustos, corazón sin miedo y ánimo indesmayable. Experimentados en mil combates de clase, disciplinados, entusiastas, sabían sostener el fusil con aplomo y aguantar las posiciones cuando los obuses llovían sobre las trincheras y la tierra temblaba bajo sus pies. Muy lejos de sus casas, apátridas muchos de ellos, eran luchadores con un pasado lleno de dolor y con una confianza total en la causa por la que podían dar la vida. No se inmutaron, habían venido a Madrid justamente a eso: a morir defendiendo a la República. De la capital sólo sabían una cosa: que los necesitábamos.
Al atardecer del 8 de noviembre la XI Brigada ocupó sus posiciones en la primera línea del frente, en la Casa de Campo y en la Ciudad Universitaria, donde la lluvia de fuego era un verdadero infierno. Los batallones Edgar André y Comuna de París en la Casa de Campo, el Dombrowsky, junto al Quinto Regimiento, mandado por Enrique Líster, en Villaverde.
La XII Brigada Internacional llegó a Madrid el 13 de noviembre; entre ambas brigadas contaban con unos 3.500 combatientes.
Las hordas fascistas, que habían planeado llegar al cuartel de la Montaña a través de la Casa de Campo, no pudieron pasar del Cerro Garabitas. Estancado en la Casa de Campo, el 9 de noviembre, Varela desató un nuevo ataque que pretendía ser el definitivo, pero fue frenado en seco por la XI Brigada Internacional que dirigía Kleber, que al atardecer contraatacó: Por la revolución y la libertad ¡adelante!, dijo en su orden escrita con un lápiz. Las tropas de Varela volvieron a su refugio en el Cerro Garabitas y abandonaron el ataque desde la Casa de Campo. Tampoco los mercenarios marroquíes lograron abrirse camino en Carabanchel.
Un tercio de la XI Brigada de Kleber que el día antes había desfilado por la Gran Vía había caído entre las encinas del parque. Era el terrible tributo de sangre.
El siguiente ataque fascista se produjo en las proximidades de la carretera de Valencia y para cerrarle el paso a Varela enviaron allá a la XII Brigada Internacional, compuesta por los batallones Thälman, André Marty y Garibaldi, de alemanes, franceses e italianos, respectivamente. A su mando estaba el novelista húngaro Mate Zalka (general Lucas), que había servido en el ejército austríaco durante la I Guerra Mundial, uniéndose luego, tras ser capturado por los rusos, al Ejército Rojo. El comisario político de esa Brigada era el escritor alemán Gustav Regler. El también novelista Ludwig Renn dirigía el batallón Thälman, en el que había algunos británicos, entre ellos Edmond Romilly, sobrino de Churchill. El batallón Garibaldi estaba dirigido por el republicano italiano Randolfo Pacciardi y en él mandó una compañía el socialista Pietro Nenni. En aquella Brigada convivían personas de diecisiete nacionalidades.
La XII Brigada entró en combate tras una marcha a pie de quince kilómetros y consiguió estabilizar el frente.
Varela volvió a atacar por la Casa de Campo, donde ya estaban posicionadas las tropas anarquistas de Buenaventura Durruti. Cubierta desde el aire por la Legión Cóndor, por tres veces una columna de Varela intentó cruzar el Manzanares y por tres veces tuvo de retroceder. Al fin, las tropas fascistas consiguieron establecer una cabeza de puente en la orilla izquierda del río, justo al pie del palacio de la Moncloa. Un error en el relevo de las tropas republicanas les permitió tomar la Escuela de Arquitectura. Entonces comenzó la batalla en la Ciudad Universitaria. Horas de bombardeo aéreo y artillero no conseguían desalojar a las infatigables tropas republicanas.
El 19 de noviembre Buenaventura Durruti, uno de los más grandes héroes de la resistencia antifascista, fue mortalmente herido junto a la cárcel Modelo. Anarquista consecuente, dirigente obrero en las más grandes luchas de clases de este país, aún hoy Durruti es un modelo de combatiente ejemplar hasta el último aliento. Dejó atras Barcelona para ponerse en la primera línea junto a sus hermanos de clase: Renunciamos a todo menos a la victoria, fue su grito de guerra, su llamamiento a la unidad de todos frente al fascismo.
En la calle Rosales se luchaba ya casa por casa, piso por piso dentro del Hospital Clínico. En la Casa de Velázquez resistía una compañía de internacionalistas polacos. Cuando más feroz era la ofensiva, su capitán recibió una orden de Kleber escrita a lápiz: Resista. K. El fuego les entraba por la derecha y por la izquierda. Los luchadores polacos iban cayendo muertos o heridos pero los fusileros supervivientes seguían disparando en silencio, sin preguntar nada, sin apartar los ojos del adversario. De pie, desde una ventana, el capitán polaco también daba ejemplo disparando su fusil sin resguardase. Como protegido por un blindaje invisible, las balas rebotaban alrededor de la ventana. Los heridos le miraban con ojos incrédulos, conteniendo los lamentos y dejándose desangrar para no distraer a sus compañeros. Después de cinco horas, llegó el relevo. De la compañía sólo quedaban en pie seis hombres y el intrépido capitán polaco.
La batalla en la Ciudad Universitaria continuó hasta el 23 de noviembre, sin que la defensa centrada en la Facultad de Filosofía y Letras permitiera a las tropas franquistas llegar a la plaza de la Moncloa. Aquel día se reunieron en Leganés los capitostes fascistas con Franco al frente. Ante las inesperadas dificultades para romper el frente, el criminal Franco decidió forzar la rendición de Madrid con salvajes bombardeos aéreos. También fracasó.
Entonces suspendieron el ataque frontal contra Madrid. Mola no podría tomarse un café en la Puerta del Sol, como había prometido. El café se le enfrió, dijo el pueblo de Madrid. Nunca logró entrar.
La batalla de Madrid fue un gran éxito republicano y en él tuvieron un papel relevante los internacionalistas. Quedó claro que la guerra sería larga y ambos bandos se prepararon para ello.
Cuando la República acepta la salida de las Brigadas Internacionales, presionada por las potencias democráticas que, como en Abisinia, Austria o Checoslovaquia, ceden ante las presiones de Hitler y Mussolini por temor a una guerra, se organiza un gran homenaje a los voluntarios extranjeros, que se celebra en Barcelona, el 29 de octubre de 1938.
El 15 de noviembre se celebró el desfile de despedida en Barcelona en el que hablaron Juan Negrín y Dolores Ibarruri, Pasionaria. Inmediatamente después los brigadistas abandonaron España... pero sólo los supervivientes; los otros quedaron aquí con nosotros, para siempre.
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